Reinventar ser viejo
Por: Gaspar Hernandez Caamaño
A los 66 años de edad cumplidos, no me agrada que me digan ¡ VIEJO !.
Además no me siento ¡VIEJO! Pero tengo claro que esa edad es la de la vejez. Y la vivo complacido. La disfruto y como pensionado vitalicio por vejez, en estas circunstancias de «aislamiento social», me siendo, perdón, privilegiado, aunque sé que mi mesada es la garantía de un derecho irrenunciable, el de la seguridad social, ganado durante una larga y decente vida laboral.
De ese derecho, vinculado a la edad y a la vida, quiero hablar. Un poco con voz personal. En off. Pero con la preocupación de una generación a la que están arrinconando por una ligera presunción de vulnerabilidad frente a un enfermedad que, convertida en peste, tiene al mundo de hoy de brazos caídos. Buscando cura, vacuna, mientras seguimos contando muertos.
VEJEZ Y SEGURIDAD SOCIAL.
En Colombia, el Sistema General de Seguridad Social establece tres clases de pensiones o de pensionados, no necesariamente viejos. La pensión de sobreviviente que corresponde a los herederos del difunto(a), sean sus viudas(os) y/o hijos menores de 25 años de edad, que estén estudiando, o sean incapaces; la pensión por invalidez ocasionada por accidente laboral o enfermedad profesional. Y la pensión por vejez.
Esta pensión o jubilación marca la edad en que debemos asumir, de manera dinámica, la vejez. En el sistema actual son 62 años para los hombres y 57 para las mujeres. Pero existe un límite de edad para el retiro forzoso de la vida laboral activa o asalariada, los 70 años de edad. A esa edad podemos decir los colombianos, todos somos viejos. En razón que la ley registra ese límite para entrar al goce pleno de una pensión vitalicia de vejez, para quienes se sometieron, en su vida laboral, al llamado Régimen de Prima Media que es el del manejo por El Estado. El otro, el privado, también utiliza el límite de la edad para reconocer la llamada «pensión» calculada por lo ahorrado en determinado fondo. Para mi esa no es «pensión vitalicia».
Es claro que el reconocimiento o garantía del derecho irrenunciable de la seguridad social, en conexión con el de la salud, marca el inicio de la vejez, no solo desde la biología, sino de la vida en su sentido extenso y complejo.
LA VEJEZ: CICERON Y BOBBIO.
En la literatura existente sobre la vejez se destacan dos autores clásicos. Uno, antiguo, el otro, contemporáneo. Los exsenadores romanos Marco Tulio Cicerón y Norberto Bobbio.
Cada uno en su tiempo escribió un libro, bajo el título DE SENECTUTE. Quien desee adentrarse en esa edad de vida que es la vejez, deben leerlos.
Bueno. De uno y otro clásico comparto, en brevedad, una de sus ideas.
En su oportunidad Cicerón, enseñó que:
«Las ciencias y las letras son el alimento de la juventud y el recreo de la vejez. Ellas nos dan esplendor en la prosperidad y son un recurso y un consuelo en la desgracia.».
Por su parte Bobbio, a los 83 años de edad (murió a los 94), en su Autobiografía Intelectual, aseguró que: «He llegado sin darme cuenta y sin siquiera haberlo previsto a la edad de la vejez que una vez se llamaba la edad de la sabiduría.
En las civilizaciones tradicionales el viejo ha representado siempre el papel del guardián de la tradición, el depositario del saber de la tradición.
Anatole France decía que los viejos aman demasiados sus ideas y que por eso mismo son un obstáculo para el progreso.
Para garantizar el progreso los pueblos primitivos se comían a los viejos.
Ahora los metemos en las academias, que es un modo de embalsamarlos».
Tanto Cicerón como Bobbio, políticos de parlamento y de ideas, son auténticos cirujanos de la vejez como consuelo y obstáculo, solo por los saberes, y sabores, que le son inherentes. Con sus enseñanzas veamos el presente.
VEJEZ Y PANDEMIA.
Hoy, cuando la humanidad, como en otros tiempos, esta azotada por la pandemia del Coronavirus, la vejez es una desgracia porque científicos en salud pública y las autoridades estatales consideran, por las estadísticas funerarias, a la población de esa edad, la más vulnerables para ser víctimas, sin desearlo, del Covid-19, enfermedad respiratoria que cada día suma difuntos en distintas partes del mundo.
Algunos comentaristas han señalado, con acierto, que se está en una etapa «darwinista» de la sociedad del conocimiento y de la cuarta revolución y de la inteligencia artificial. Una selección natural que considera que «los viejos» somos desechables, frente a la juventud, por la peste que se ensaña con «los abuelitos», como también se denominan hoy a los que hemos sobrellevado la vida de la edad de vejez. Nos quieren comer por temor a nuestros saberes.
Tanto es el deterioro conceptual en que ha caído el vocablo «viejo», que se le ha sustituido, tanto en el lenguaje jurídico como en el de la calle, por expresiones como: adulto mayor, persona mayor, tercera edad o cuarta edad. Y las usan sin distinción y discriminatoriamente, hasta el punto que muchos «viejos» nos sentimos perseguidos, irrespetados y hasta prescindibles para estos tiempos del coronavirus.
Tanto que el historiador argentino, Pacho O’Donnell( Clarín. 17/4/2020), de 79 años de edad, ha planteado la reivindicación de la palabra. Yo diría que la reinvención de la vejez.
Reinvención a partir de la sabiduria y del recreo que nos enseñan Ciceron y Bobbio sobre la vejez. Clásicos al fin.
Sin los viejos italianos, españoles, gringos, ect fallecidos por los estragos invisibles del coronavirus, la juventud actual, que tampoco es inmune al virus, no estuviera hablando y estudiando sobre Ética, bondad, mediciná, solidaridad, buenos modales. Y sobre todo de hogar, casa, familia.
Seguiríamos creyendo que la vida es «una fiesta», como era la Paris dé después de la guerra, como la relató Hemingway y la contó cinematográfica Wody Allen.
Sí. La vida es una fiesta también para los viejos y viejas que se sacrificaron por vivir y dar cálidos hogares. Los viejos no somos desechables. Reinventemos la vejez, como hay que reinventar el amor desde la solidaridad humana.
#politicaconLibertad