Por Jesús González Bolaños

Cerré la puerta de acceso a la casa y pasé del antejardín a la calle. De pronto un carro veloz me zumbo en el oído y me hizo vibrar todo el cuerpo. El carro paro en seco adelante y pude advertir el color blanco del carro de una vecina. Unos segundos después la señora se bajó del carro y vino hacia mí.

Discúlpame vecino, que miedo, te pude haber atropellado. Perdóneme, es que la calle esta horrible y uno ya anda a la defensiva; que tal, que miedo lo pude haber atropellado.

Bueno casi me matas de un susto, pero no hay problema, ya paso, tranquilízate ve. ¿y porque es que la calle esta horrible?

Pues no viste esos videos de ayer de esa gente que traficaba sexualmente con su hija, y el del tipo que asesinaron por robarle la moto y el del robo masivo del restaurante.

¿Y esos videos de cunado son todos son de estos días? —pregunté.

Conversamos un poco y llegamos a la conclusión con videos en mano del celular de mi vecina que los videos que colecciona por montón vienen desde el 2015, pero ella los vive como si acabaran de pasar. Horror, claro que horror.

Bueno vecino, perdóname ve, casi te mato. Pero te repito es que las calles están horribles…

Cuídate y cuida por favor, que la pases bien.

La violencia citadina que nos circunda, angustia y genera un entorno de malestar que afecta nuestro derecho a la vida en la ciudad y la posibilidad de tejer el hábitat urbano con un sentido de convivencia; En el caso de Santiago de Cali se sabe que han caído las cifras del indicador de homicidios, pero sigue siendo uno de los indicadores más altos del país y la región latinoamericana; se reconoce también que el indicador de hurtos y de presencia de agresiones entre ciudadanos como riñas y asonadas crece; esta lastimosamente muy de moda la idea de “masajear delincuentes” y por esa vía reincidir colectivamente en la idea de la justicia por mano propia. Las violencias no ceden, se mudan de indicador, se trastean; pero en su base se mantienen cinco grandes móviles: (1) la movilidad de la delincuencia organizada que constantemente actualiza su carpeta criminal y es más veloz que la institucionalidad para situarse en territorios y cooptar poblaciones en torno a negocios ilícitos, (2) las dificultades para la coexistencia pacífica en las vías, los espacios públicos, los vecindarios y barriadas, en medio de grandes diferencias culturales, generacionales, sociales, (3) la existencia de un fenómeno de corrupción pública y privada que sirve de soporte a las economías ilegales que ejercen la violencia, (4) la presión económica sobre sectores medios y populares entre los cuales existen grandes brechas sociales y condiciones de precarización de la vida, (5) la fragilidad en el funcionamiento de los poderes públicos de seguridad y justicia, que implican altos niveles de impunidad.

Estos aspectos que determinan la dinámica de las violencias urbanas están por supuesto conectadas con matrices mucho más amplias, ligadas el tráfico internacional de narcóticos, el conflicto armado regional y nacional, al comercio de armas y al lavado global de activos, pero tiene sus especificidades y comprenderlas es urgente para efectos de discernir cuales son las políticas más adecuadas para afrontarlas.

En un contexto de esfuerzos por la transformación del conflicto armado y por afrontar el flagelo de narcotráfico, las violencias actuales se han diversificado; en este nuevo ciclo hay estructuras criminales con novedosa carpeta que se insertan en la economía y la vida social de nuestras ciudades que además ahora trasmiten y retrasmiten por redes sociales y múltiples medios digitales, los eventos de victimización de la población, generando entornos y percepciones de miedo y violencia.

Ante esta coyuntura las políticas públicas, las acciones del estado a nivel de las grandes ciudades, son reincidentes en “la mano dura”, en la acción institucional contingente y de corto plazo, cuando lo que necesitamos es una mano inteligente que permita enfrentar la complejidad del fenómeno urbano de la violencia, enfrentando con tecnología y conocimiento las bandas criminales y los grupos delictivos de pequeña y gran escala, pero también confrontando la exclusión social y económica en el marco de las tareas de reactivación económica, conectando la competitividad de los territorios urbano-regionales con la inclusión de las economías populares, enfrentando la intolerancia y la discriminación, con mecanismos de cultura ciudadana, de promoción de convivencia y cuidado de la vida.

Hoy es necesario insistir en la necesidad de una política específica de orden nacional y local, para enfrentar las violencias urbanas en la perspectiva de impulsar la seguridad humana en las ciudades, que implica abordar mecanismos más integrales, que no se agoten en la obsesión por las publicitadas cifras, cuando de lo que se trata es de afrontar con inteligencia la alta densidad de violencias que nos circundan, de forma fragmentada, pero articuladas a relatos comunes que nos hacen sentir y pensar que las calles están horrorosas, que dan miedo. Es cierto eso, pero también es cierto que tenemos la tarea, desde las autoridades locales hasta el ciudadano recién llegado a cada urbe, de generar las respuestas para conquistar el derecho a la vida digna en la ciudad. Esta tarea no da espera, se requieren gestos ya.

#politicaconlibertad